En mi época no había mujeres como usted.
No lo dice con cariño, no lo dice con rencor.
Lo dice con un dulce miedo,
con una tierna esperanza de que nos rindamos y volvamos a ser como él nos conocía.
¿Qué sería de la mente de un hombre si a lo largo de su vida las piedras empezaran a hablar? Si los árboles decidieran raparse y hacer fiestas, si los perros acudieran en busca de chamba a cualquier local.
¿Qué sería de su calma? ¿De su forma de habla? ¿Cómo empezaría a reconocer el nuevo mundo?
¿O se negaría? Simplemente una tarde, tomando una cerveza, a sus noventa años le confesaría a la piedra, al árbol, al perro… a la mujer: En mi época no eran como usted.