—¡No lo entiendes, Gerald! ¡Esto siempre será importante!
Le grito,
enfatizando mi seguridad, mi energía,
solo para hacerlo sonreír.
Funciona.
Afuera, el bosque existe.
Está lleno de luz y de frío.
Es marzo,
el único marzo de mis 18 años.
Gerald observa los árboles
que parecen huir del tren en el que vamos,
sigue sonriendo
y empieza a hablar.
—No, no será así.
Regresarás a tu vida,
irás a fiestas,
conocerás otros hombres,
amarás diferente.
Siempre lo recordarás,
pero cada vez será menos,
y menos frecuente.
Un día,
te darás cuenta de que llevas años sin verlo.
Él, y este sentimiento,
te habrán dejado.
Cuando tengas mi edad,
te acordarás de este momento,
y vas a reír.
Eres joven.
Gerald cierra los ojos un momento.
El sol, filtrándose entre los árboles,
insiste en aterrizar sobre su cara.
Lo entiendo, sol.
Si pudiera,
yo también me echaría ahí.
Con sus ojos azules cubiertos,
sigue sonriendo.
Tiene 27 años.
Aunque lo veo como un señor,
admito que es el señor más atractivo que conozco.
Lo veo perderse un poco del momento.
Imagino que está recordando sus 18,
y el amor de entonces
que ahora asegura haber olvidado.
—No Gerald, eso no va a pasar.
La risa de aquel alemán
llena el vagón.
Me emociono.
Y sospecho que tiene toda la razón;
amaré a otros hombres,
de otras maneras.