Este ritmo de verano en febrero no me deja pensar.
En otros lugares llueve y es simple: plin, plin, plunk.
Pero aquí el calor se mece tranquilo y silencioso,
no me deja escuchar palabras ni canciones en la mente.
Mis sesos se cuecen lentos; sin sal, pimienta ni romero,
la piel se reseca y las letras se marchita.
Plink, plink, plunk; escuchan otras personas
y sus vidas se rebosan de un compás satisfecho.
Plink, plink, plunk: aplausos de un dios entusiasmado
por saber cómo continúa la historia...
y aquí el silencio de una audiencia decepcionada;
tensión atmosférica que sonroja y humilla.