Sentada aquí, sin pensar en un hombre, se siente extraño; mi mente emancipada.
He tardado más de diez años aprender este truco y temo que me tome poco tiempo para olvidarlo. Pero por el momento el miedo no es abrumador; no hay quien parezca ser una clara amenaza a mi calma. Por el momento estoy sentada, escribiendo, comiendo caña de azúcar, analizando la cantidad de luz que hay afuera (¿Será lo suficiente para unas buenas fotos?), escucho una de mis canciones favoritas y disfruto de esta nueva libertad.
Sentada aquí, me siento perfecta.