Mi escrito para Palabras Domingueras; tema: No eres tú
Pablo el pequeño.
“¿Esta lista?”
Pregunta el policía solemne y con un toque de ternura. Ella se pregunta si ese trabajo se lo han dado en parte por su voz, se pregunta si en verdad al policía le importa o si lo que ella escucha es tan sólo un enunciado muy bien ensayado.
No, no está lista. Nunca lo podría estar; pero ha manejado una hora desde su hogar y en este cuarto no hay nada más qué hacer.
“Si”
El policía da dos ligeros golpecitos a la ventana que está frente a ellos, la ventana reacciona a la señal y poco a poco se abre la cortina blanca que la cubría. Como una niña mongólica que levanta su falda para enseñar algo que nadie quiere ver. La ventana da a un cuarto paralelo, un cuarto cubierto por completo de azulejo. Junto a la ventana una plancha, sobre ella un bulto blanco y a un lado de esta visión una doctora. Es su asistente la que ha abierto la cortina.
¿Pablo? ¿Mi Pablo?
La doctora los observa, el policía con un diminuto movimiento de la cabeza afirma que ambos están listos. Ella toma la sábana que cubre al bulto y poco a poco lo descubre; es un niño, 9 años, cabello rubio y pecas que han perdido un poco el color. Sólo descubre su cara, no hay necesidad de revelar más.
¡No eres tú! ¡No eres tú! ¡Dios mío, gracias! ¡Dios, Pablo!¡No eres tú!…
“No, es”
El policía alcanza a escuchar antes de perder por completo la voy de la madre entre el llanto. Con otro gesto diminuto le indica a la doctora la respuesta. La doctora vuelve a cubrir la cabeza del niño; lo transforma de cuerpo a bulto de nuevo.
———
Medio día, en un tráfico terrible, la mirada perdida hacia la banqueta. A lo lejos la ve. Una diminuta cabecita cubierta de cabello rubio. El corazón salta un latido, siente un golpe en el estómago.
“¿Pablo?”
Alcanza a decir con el aire que ha quedado en sus pulmones. Es menos una palabra, es casi ruido. La cabeza se va acercando a su coche, poco a poco, poco a poco camina a ella. Ella no deja de verla, se impide salir del coche, sólo tiene que estar segura, quita los seguros de la puerta, coloca su dedo sobre el liberador del cinturon. La cabecita rebota alegre entre la masa de personas, se acerca más, un poco más…
El río de personas se abre y deja pasar su mirada. No es su nariz, no son sus ojos, no es su sonrisa.
No eres tú. No eres tú. Pablo, vuelve. Vuelve.