Quiero no poder irme y tener que quedarme toda la vida aquí.
Que mañana amanezca la ciudad entera nevada y recomienden no salir de casa.
Que la pista sea imposible de limpiar, y los aviónes se queden dormidos.
Quiero estar atrapada en este hogar, sobreviviendo de galletas y leche con chocolate.
Que el frío nos haga dormir aun más juntos y se nos olvide todo esto de despedirnos.
lunes, diciembre 14, 2009
martes, diciembre 08, 2009
Canicas y peces.
No sé qué hacer con los días que nos quedan.
Los veo en mis manos como canicas fragmentadas,
inservibles y punzantes.
No sé cómo unir todas las piezas y asegurar que se queden así.
No sé cómo amarte para que nunca me dejes de amar.
O cómo olvidarte y luego, en 10 años, volverte a encontrar.
Estos días que quedan, los veo como pescados,
en el piso, rogando con convulsiones por su vida.
Y yo inmóvil, rodeada de estos escurridizos moribundos,
en conmoción total; los voz inundada de lágrimas,
la mirada negociado un nuevo contrato,
y nada, y nada. Y muere uno; sus ojos cambian, y muere otro...
Los veo en mis manos como canicas fragmentadas,
inservibles y punzantes.
No sé cómo unir todas las piezas y asegurar que se queden así.
No sé cómo amarte para que nunca me dejes de amar.
O cómo olvidarte y luego, en 10 años, volverte a encontrar.
Estos días que quedan, los veo como pescados,
en el piso, rogando con convulsiones por su vida.
Y yo inmóvil, rodeada de estos escurridizos moribundos,
en conmoción total; los voz inundada de lágrimas,
la mirada negociado un nuevo contrato,
y nada, y nada. Y muere uno; sus ojos cambian, y muere otro...
lunes, diciembre 07, 2009
La Muerte y el narrador.
La Muerte acaricia tu espalda, con uñitas delicadas, y te roba el aire.
Lo regresa; Lo roba, lo regresa, mientras sube y baja por tu espalda.
La Muerte lleva tiempo acostándose contigo. Despierta durante toda la noche, te acaricia.
Le gustan tus sábanas de franela. Son navideñas, pero es verano (curioso—piensa).
No le gusta mucho tu voz. En las noches, sin saberlo, le cuentas de tu pasado:
Mientras tú duermes, vas esbozando la historia de tu existencia, haciendo una larga novela
que pronto va a terminar: Hablas de tus padres, de tu esposa (ex esposa), de tu hijo... de todo lo demás.
Es una tradición para ella; por 10 noches, antes de morir, uno debe narrar su vida.
No todas las Muertes hacen lo mismo. No hay protocolo existente, no hay una sola manera de matar;
Algunas disfrutan de la sorpresa, otras prefieren el sufrimiento o se regocijan con la ironía.
Pero esta, la que te toca, se acurruca a tu lado y te escucha, es especial.
Le gusta saber el valor de las cosas. Le gusta entender.
Hay algo mágico en descomponer lo que ha tardado tanto tiempo en hacerse.
Como jalar un hijo de algún suéter pomposo. La enardece.
Es la séptima noche y le hablas sobre tu padre
Con pesadillas en tus sueños, sudando fuertemente y temblando (Sigue—te susurra);
Hablas sobre las noches que pasaste en vela junto a su cama. Sus últimas noches.
Ya no se podía mover, había dejado de hablar y no sabían sí los podía escuchar.
El hombre fuerte, el hombre guía, el hombre a seguir; reducido a eso. Una cápsula humana.
Pasaste más de una semana, sentado en el mismo sillón incómodo, esperando que se recuperara.
Pero no, no hubo mejora. Poco a poco lo obvio y predecible se dio como resultado: Su muerte.
La madrugada de un domingo, cuando el amanecer casi llegaba; perdiste a ese hombre molde.
Lloraste terriblemente, algo que no estabas acostumbrado a hacer.
Ella te recuerda, la Muerte. Recuerda las historias de tu padre (Llevaba 10 días acompañándolos en el ritual secreto de morir).
Se quedó contigo en el cuarto, hasta que tu hermana llegó: Pequeño confort.
Tu padre era un hombre interesante. Tal vez frío como padre y como esposo; pero trabajador y confiable.
Sus relatos estaban llenos de datos y estadísticas; tenía listas de cosas por hacer y cosas ya hechas.
Y aunque el listado de to-do no estaba terminado, se fue tranquilo. Feliz por lo que si logró completar.
Pero tú no hablas de eso, no mencionas los estudios que te pagó, los cuentos que te leía,
ni de esos regalos de cumpleaños que siempre estaban envueltos con papel dorado.
No hablas del viaje a España o del auto viejo que arregló una y otra vez.
Enfocas todas tus fuerzas en describirlo en esa cama. Inmóvil, patético, débil.
Hablas sobre tus miedos de terminar así, sin poder comunicarte, sin poder pedir lo que necesitas.
Sobre el odio de que te haya dejado así, sin decirte lo mucho que valías.
Hablas de su trabajo, como una enfermedad y te alegras de no haber seguido sus pasos.
Ahora es tu turno, tu cama, tu cuerpo y aunque tienes movimiento y voz;
No hay hijo que solloce a tu lado; porque hace tiempo te dejó de hablar.
No hay hija que llegue cuando mueras, porque nunca la tuviste.
No hay esposa, hay una mujer que se divorció de ti y se casó con un mejor hombre.
No hay nada. Sólo tú, 7 noches de historias tristes, sábanas anticuadas y una muerte segura.
Tus historias son terribles, aburridas y pretensiosas. Culpas a todos los demás por lo que no tienes.
Alteras los hechos, olvidas nombres y pronuncias mal algunos apellidos.
La Muerte ya no puede más.
Cada vez, te regresa menos aire.
Cada vez, te lo roba por más tiempo.
Terminemos ya con esto—Grita.
3 noches antes de lo planeado, mueres.
Lo regresa; Lo roba, lo regresa, mientras sube y baja por tu espalda.
La Muerte lleva tiempo acostándose contigo. Despierta durante toda la noche, te acaricia.
Le gustan tus sábanas de franela. Son navideñas, pero es verano (curioso—piensa).
No le gusta mucho tu voz. En las noches, sin saberlo, le cuentas de tu pasado:
Mientras tú duermes, vas esbozando la historia de tu existencia, haciendo una larga novela
que pronto va a terminar: Hablas de tus padres, de tu esposa (ex esposa), de tu hijo... de todo lo demás.
Es una tradición para ella; por 10 noches, antes de morir, uno debe narrar su vida.
No todas las Muertes hacen lo mismo. No hay protocolo existente, no hay una sola manera de matar;
Algunas disfrutan de la sorpresa, otras prefieren el sufrimiento o se regocijan con la ironía.
Pero esta, la que te toca, se acurruca a tu lado y te escucha, es especial.
Le gusta saber el valor de las cosas. Le gusta entender.
Hay algo mágico en descomponer lo que ha tardado tanto tiempo en hacerse.
Como jalar un hijo de algún suéter pomposo. La enardece.
Es la séptima noche y le hablas sobre tu padre
Con pesadillas en tus sueños, sudando fuertemente y temblando (Sigue—te susurra);
Hablas sobre las noches que pasaste en vela junto a su cama. Sus últimas noches.
Ya no se podía mover, había dejado de hablar y no sabían sí los podía escuchar.
El hombre fuerte, el hombre guía, el hombre a seguir; reducido a eso. Una cápsula humana.
Pasaste más de una semana, sentado en el mismo sillón incómodo, esperando que se recuperara.
Pero no, no hubo mejora. Poco a poco lo obvio y predecible se dio como resultado: Su muerte.
La madrugada de un domingo, cuando el amanecer casi llegaba; perdiste a ese hombre molde.
Lloraste terriblemente, algo que no estabas acostumbrado a hacer.
Ella te recuerda, la Muerte. Recuerda las historias de tu padre (Llevaba 10 días acompañándolos en el ritual secreto de morir).
Se quedó contigo en el cuarto, hasta que tu hermana llegó: Pequeño confort.
Tu padre era un hombre interesante. Tal vez frío como padre y como esposo; pero trabajador y confiable.
Sus relatos estaban llenos de datos y estadísticas; tenía listas de cosas por hacer y cosas ya hechas.
Y aunque el listado de to-do no estaba terminado, se fue tranquilo. Feliz por lo que si logró completar.
Pero tú no hablas de eso, no mencionas los estudios que te pagó, los cuentos que te leía,
ni de esos regalos de cumpleaños que siempre estaban envueltos con papel dorado.
No hablas del viaje a España o del auto viejo que arregló una y otra vez.
Enfocas todas tus fuerzas en describirlo en esa cama. Inmóvil, patético, débil.
Hablas sobre tus miedos de terminar así, sin poder comunicarte, sin poder pedir lo que necesitas.
Sobre el odio de que te haya dejado así, sin decirte lo mucho que valías.
Hablas de su trabajo, como una enfermedad y te alegras de no haber seguido sus pasos.
Ahora es tu turno, tu cama, tu cuerpo y aunque tienes movimiento y voz;
No hay hijo que solloce a tu lado; porque hace tiempo te dejó de hablar.
No hay hija que llegue cuando mueras, porque nunca la tuviste.
No hay esposa, hay una mujer que se divorció de ti y se casó con un mejor hombre.
No hay nada. Sólo tú, 7 noches de historias tristes, sábanas anticuadas y una muerte segura.
Tus historias son terribles, aburridas y pretensiosas. Culpas a todos los demás por lo que no tienes.
Alteras los hechos, olvidas nombres y pronuncias mal algunos apellidos.
La Muerte ya no puede más.
Cada vez, te regresa menos aire.
Cada vez, te lo roba por más tiempo.
Terminemos ya con esto—Grita.
3 noches antes de lo planeado, mueres.
martes, diciembre 01, 2009
Sobre no estár allá y estar aquí.
Un cuervo gordo ha volado al árbol que está frente a mi ventana.
Mientras, en la computadora tus sentimientos se plasman en pequeñas letritas negras...
intentamos tener una conversación casual, como las de antes,
cuando me comprabas un café y yo te regalaba malos chistes.
Nuestras conversaciones casuales, nunca son en realidad casuales.
Son intensas o tristes; Conflictivas, caóticas, llenas de opiniones necias.
Siempre han sido así, y ahora, aun con el ruido de la tecnología,
no nos conformamos con una charla rutinaria.
Creo que los cuervos pelean con las ardillas. La ardilla del árbol suelta chillidos
(he descubierto que por cada árbol hay sólo una ardilla como habitante)
No pelean físicamente, eso sería asqueroso; pero discuten.
El cuervo, creo, come las mismas nueces que la ardilla y entonces, por naturaleza, se odian.
Mis letritas (en la computadora) son moradas, siempre he pensado que es un detalle cursi;
pero ayuda a no confundir nuestros argumentos.
En la vida real tu voz es muy distinta a la mía, supongo que tiene que ver con que tu seas hombre y yo no.
El caso es que en la cafetería siempre supimos quién había dicho qué.
El cuervo es grande ¡Pero en serio! Poe seguro tenía a estos cuervos como imagen mental;
viéndolo, entiendo por qué escribió lo que escribió.
También entiendo por qué escribes tú lo que escribes y por qué la ardilla protesta.
La ardilla y tú tienen miedo, el cuervo y yo estamos gordos (chiste malo ¡gratis!).
Mientras, en la computadora tus sentimientos se plasman en pequeñas letritas negras...
intentamos tener una conversación casual, como las de antes,
cuando me comprabas un café y yo te regalaba malos chistes.
Nuestras conversaciones casuales, nunca son en realidad casuales.
Son intensas o tristes; Conflictivas, caóticas, llenas de opiniones necias.
Siempre han sido así, y ahora, aun con el ruido de la tecnología,
no nos conformamos con una charla rutinaria.
Creo que los cuervos pelean con las ardillas. La ardilla del árbol suelta chillidos
(he descubierto que por cada árbol hay sólo una ardilla como habitante)
No pelean físicamente, eso sería asqueroso; pero discuten.
El cuervo, creo, come las mismas nueces que la ardilla y entonces, por naturaleza, se odian.
Mis letritas (en la computadora) son moradas, siempre he pensado que es un detalle cursi;
pero ayuda a no confundir nuestros argumentos.
En la vida real tu voz es muy distinta a la mía, supongo que tiene que ver con que tu seas hombre y yo no.
El caso es que en la cafetería siempre supimos quién había dicho qué.
El cuervo es grande ¡Pero en serio! Poe seguro tenía a estos cuervos como imagen mental;
viéndolo, entiendo por qué escribió lo que escribió.
También entiendo por qué escribes tú lo que escribes y por qué la ardilla protesta.
La ardilla y tú tienen miedo, el cuervo y yo estamos gordos (chiste malo ¡gratis!).
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Capaz
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