Lo he hablado. Ahora lo puedo hablar.
Las caras de terror aun me parecen desfasadas.
Por primera vez, no entiendo lo que mis palabras generan.
Pero lo hablo, lo digo, lo admito; y los ojos contrarios se llenan de furia.
Los ojos contrarios se llenan de malestar.
Los ojos contrarios despiertan, poco a poco, a estos ojos de caramelo quemado.
Y mientras más lo hablo, más me acerco, creo, a entender mi dolor.