Si tuviera la cabeza, las palabras, la calma; tendría una novela. Tendría algo. Si pudiera describir tu cuarto, tan sólo tu cuarto. La cantidad de polvo que en él había, los libros nunca leídos, las cartitas de amor de amores que hacía tiempo te habían empezado a odiar. Si pudiera expresar el silencio que uno sentía al entrar, al no encontrar lugar en el cuál sentarse. “Eso no lo puedo tirar”.
Si lograra que alguien leyera tu realidad, algo en ellos se afectaría; lo sé. Que tocaran con mis enunciados tus sábanas viejas, las que guardabas desde tu pubertad; tu cama de infancia, pesada y rota; las almohadas llenas de manchas de comida; las paredes con dibujos que hiciste en la secundaria (algo en ellos lloraría, lo sé)
La televisión prendida, siempre prendida. El piso pegajoso porque hace días derramaste cerveza. Bolsas de ruffles y cheetos, cacahuates. Tu madre grita “¡Ven a cenar!”, te ausentas por 2 minutos y regresas con un plato lleno de quesadillas. Encuentras un pequeño espacio sobre tu colcha, comes desesperado. 32 años.
Si pudiera escribirlo todo, todo, todo. La ventana rota. La televisión gigante colocada sobre una caja que guardaba tus prendas de bebé, la ropa vieja acumulada en una esquina, la puerta con golpes de tus puños, la pared infestada de cables, las 4 biblias, los panfletos de dietas, los dibujos, los malos escritos, los CDS llenos de pornografía. Si tuviera la cabeza, las palabras, la calma; tendría una novela. Tendría algo (no sólo los recuerdos).