Algunas veces me es imposible leer a alguien más,
sin importar el nombre o el grado de genialidad.
Ver a las putitas letras arrastrarse en hojas ajenas...
Presenciar sus orgías obscenas en las cuales no puedo participar.
Así es, mis letras, las que bien conozco y utilizo, son rameras baratas.
Que se me escapan fácilmente en busca de un mejor postor.
Las muy vulgares andan con falditas cortas y blusitas escotadas,
pidiendo tiempo en las esquinas para ser acompañadas.
Muchas noches me ignoran, porque saben que rara vez las puedo costear.
Verlas revolcándose con otros, contándoles suciedades al oído; me pude dar terrible asco.
Y aun así, no lo querría de ninguna otra manera, no podría servirme de señoritas recatadas.
Me gustan sucias, olorosas a tabaco y sexo; perdidas en el vapor de la heroína y el alcohol.
Por lo regular, disfruto saber que andan por el mundo vendidas.
Me complace entender que son ajenas a todo; a mí y los demás.
Indomables y al mismo tiempo, fáciles de tomar.
Por lo general no me molesta, lo comprendo como algo que es y siempre será, así...
Pero algunas noches, cuando la cama está fría y mi mente hierve,
(cuando las necesito pero no tengo crédito, ni plata, ni pretexto)
verlas entre los brazos de otros, escurridas en otras sábanas,
simplemente me mata, y no las puedo leer; cierro el libro y las odio.