(repasemos)
Mis manos estaban frías y en vez de usarlas para tocar tu abdomen, las usé para guardar mi bufanda en mi mochila.
El estómago me dolía, porque me suele doler cuando estoy nerviosa; pero todo esto ni lo sabes, ni lo sabías.
Tus piernas eran piernas, las mías también, y aunque tenían muchas cosas en común, nunca, formalmente, se conocieron.
Me senté sobre tu cama, la cama en donde, usualmente, hacías el amor… por lo menos la cama en la que, usualmente, te imaginaba haciendo el amor.
Era una cama como muchas otras; pero la cama te conocía jadeando y yo no, así que la cama ganaba (cama: uno, yo: cero).
Te pusiste a jugar con unos lápices, las cosas inútiles que los hombres hacen cuando no tienen ni la menor idea de que son deseados.
Hablabas de lo que querías hacer esa tarde con tus amigos; las cosas idiotas que dicen los hombres cuando podrían estar haciendo el amor…
Yo sentada sobre tu cama. Congelada por las hormonas. Pensando en el ritmo que llevabas con los lápices, pensando en el ritmo que la cama conocía (cama: dos, yo: cero), pensando en cómo hacer que me vieras... Que me vieras… que dejaras de hablar y me vieras…
Una hora después, usé mis manos frías no para tocar tu abdomen, sino para sacar mi bufanda de la mochila, la acomodé en mi cuello.
Me voy – Dije.
Y me fui a casa, igual de virgen.