Tal vez era el calor del verano el que me hacía poder recordar mi infancia,
tal vez en la ausencia del este me es imposible acceder a la información de mi pasado.
Como una palabra secreta para entrar, pero en vez, una temperatura.
La temperatura secreta que abre las puertas de los años muertos.
Entonces, en otoño (y más seguro en invierno) estoy destinado al presente.
A vivir como un personaje de ficción: Un humano adulto, sano,
Dotado de ideas y sueños, pero faltante de remembranzas.
Amputado de cualquier rastro de la alegría de la niñez.
Tal vez por la noche, deje que la calefacción tome control de mi apartamento.
Para poder, con suerte, soñar sobre helados, juegos y primeras navidades.
Recordar a la mascota que ahora no estoy seguro de haber tenido;
llamarla entre risas y correteos, sostenerla entre mis brazos, acariciarla
y acurrucarla hasta que el noviembre sin memoria, me haga despertar.