Solía tener un anillito;
Diminuto, sencillo, perfecto.
Lo guardaba en mi mano,
Me lo quitaste.
Dijiste: Es valioso, tu mano no es lugar para guardarlo.
Lo metiste a tu boca y lo tragaste
(Como un pescado gordo comiendo a un pescado pequeño).
Lloré por dos semanas.
Era mío, y ahora era nada…
o era algo, pero estaba atrapado,
atrapado bajo tu piel y todo lo que forma a tu cuerpo.
Lloré porque no quería que me quitaras más cosas para tragar
¿Si un día despertabas con hambre de orejas
o tenías antojo de mis pies?
Era mío y ahora estaba condenado a vivir dentro de ti;
Y no quería que a otra cosa le pasara lo mismo.
Lloré porque era diminuto, sencillo, perfecto,
y luego dejó de ser todo eso…
o lo seguía siendo pero ya no lo podía ver.
Es valioso, tu mano no es lugar para guardarlo.
De un bocado se fue lo único que poseía.
Lloré tanto que luego ya no sabía cómo llorar
(Como cuando repites una y otra vez una misma palabra
y terminas sin saber cómo articularla).
Después de llorar tanto;
Vi tu cara, vi tu cuerpo,
vi mi mano, vacía,
y ya no éramos lo mismo.
(Como si, también entre el llanto, hubiera
olvidado cómo pronunciarnos).