Él me dice que mi historia es la más triste y lo entiendo; me ha conocido así. Me ha conocido ya entrenada a llorar sólo en los días hormonales, medicada, en terapia y alejada (físicamente) de mi pasado.
Él dice que entiende que me deprima, que con mi pasado es lógico (no lo dice así, pero así lo entiendo). Cuando termina su enunciado yo me empiezo a sonrojar. No me he dado cuenta de estar contando la historia que él ha escuchado; pero es verdad.
En efecto, mi vida está plagada de momenticos afligidos, de personajes enfermos y golpes brutales. No hay fotos de mi rostro en esos días, no hay imágenes de mis brazos revestidos con cortaditas, de mis ojos pintados por el insomnio, o video de mis manos temblando, de las lágrimas regordetas, audio de mi voz quebrada, rendida. Pero nada de esa evidencia es necesaria, lamentablemente, todo lo que cuenta mi pasado se ha quedado en mí… y él lo ve, lo escucha y, sospecho, lo puede sentir.
Es raro que con un enunciado, entre un trago de oporto y otro, alguien resuma tus treinta años de vida. Es doloroso que el resumen sea: Triste.
Pero es lo que es, fue lo que fue y no me queda de otra que seguir con los años que me quedan; intentar tejer en ellos viajes llenos de risotadas, navidades verdaderas, cumpleaños con regalos y pasteles, amistades fuertes y noches hinchadas de caricias.
Esforzarme porque el pasado se quede más o menos donde va y que el presente sepa a otra cosa.