martes, junio 09, 2009

Recuerdos varios de Domingo

Me observaba, sus ojos grises penetrantes.
Montada sobre su árbol favorito, mientras comía una paleta de uva
(el calor la derretía y ella chupeteaba sus manos como si fuera nada).
Envidiaba su falta de pudor y sus rodillas con costras.
A los ocho años, ella era el significado de fortaleza e insurrección,
(A mi parecer, años de luchas y marchas feministas habían logrado que una niña pudiera libremente usar shorts, domar árboles y crearse cicatrices).

Mi vestido para la iglesia se sentía incómodo, me picaba atrás de las rodillas,
seguro no había sido diseñado para el clima de Sinaloa.
Mi cabello estaba atado a media cola (no me gustaba llevarlo así).
Portaba un pequeño bolso, regalo de mi Nana, lleno de tesoros: lipgloss de fresa,
borradores con olor a chicle, lápices multicolores de puntas intercambiables
y calcomanías que no me dejaba pegar en mis libros,
ni en mis muebles,
ni en mis cuadernos,
ni en mi piel.

Ella llevaba dos trenzas, mal hechas (admitiblemente feas);
pero seguro frescas y prácticas para las carreras o los pasamanos.
No era católica, y podía gastar su mañanas de domingo jugando con sus hermanos.
Su blusa era vieja, con personajes de una caricatura que a mí no me dejaban ver.
Sus tenis eran rojos y usados, agujetas moradas.

Mis zapatitos recién boleados aun olían a grasa, brillaban blancos y nuevos;
con hebillas chiquitas, doradas.
Mis calcetines de encaje blanco, se resbalaban por mi piel.

Me examinaba, y yo me sentía como un bicho raro. Incómoda.
Mi padre apuraba a mi madre, mi madre buscaba su bolsa;
mi abuela esperaba ya adentro del carro,
me llamaba a su lado mientras usaba su abanico español.

Y yo, perdida en esos ojos tristes y salvajes,
en esos oídos que no sabían de la biblia, en su nariz con pecas y mugre,
en sus piernas que se mecían en la nada del viento y en las manos sabor a uva.
El silencio de su expresión era un imán para mi mente.

Terminó su paleta, bajó de su escondite, tiro el palito al piso
y corrió hasta su jardín en donde sus hermanos jugaban luchas.
Yo, abandonada, subí al auto y me dejé llevar por el calor.
La misa fue aburrida y la calcomanía de corazones, que pegué sobre mi mano, fue arrancada por mi padre;
junto con ella, se llevó varios vellitos.

Detox

Por mi parte, será detox, vomitar primero tus brazos.   Los extrañaré, pero necesito que estén afuera.   Luego tus piernas, tu torso, tu bob...