domingo, mayo 13, 2012

José y la de los ojos hermosos

Mi escrito para Palabras Domingueras; tema: Terminal.

-¿Y ahora por qué tantas fotos? ¿Qué? ¿Ya te vas a hacer fotógrafa?
-Abuelo, llevo un año tomando fotos y sí, posiblemente, me haga fotógrafa.
-Morirás de hambre.
-¡Abuelo! ¡Si justo tú eras el que me decía que, mientras amara lo que hiciera, saldría adelante y encontraría éxito!
-Si, pero te lo decía en una época en la que parecía ibas a amar ser médico… ¿Recuerdas? ¿Cuando limpiábamos los pescados con tu bisturí? –me dice esto, y en su sonrisa se nota que él también lo recuerda claramente.

Mi abuelo, cuando cumplí los 14 años, decidió que no existía mejor regalo para mí, que un set de pinzas y un bisturí. Eran piezas de alta calidad, hermosas y venían en un estuche grabado con mi nombre; aun así, supongo pueden entender, no era exactamente lo que a mis 14, yo, con fiebre de verme linda para los chicos, deseaba. Un vestido nuevo, zapatitos o maquillaje me habrían caído perfectos, mi mejor actuación fue dada al momento de abrir la caja dorada y darle con una hermosa sonrisa las gracias. ¨De nada, mi chica de ojos hermoso¨ -Dijo con el orgullo de un hombre que cree que ha dado el regalo perfecto.

Aunque debo admitir, el bisturí nos dio muchísimos buenos fines de semana en la cocina; en dónde, mi abuelo y yo, nos dedicábamos a abrir toda clase de pescados y moluscos, alguna vez hasta un diminuto lechón se coló en nuestras sesiones de Aperturas Precisas. No fue muy agradable, el cerdito tenía una estructura demasiado humana (humana e infante). Ese mismito día Medicina fue tachada mi listado denominado: Posibles Futuras Profesiones.

-Deja de tomarme fotos y come. Si no comes, se va a enfriar tu comida y luego vas a empezar con eso de comprar un microondas y ya te dije que no compraremos un microondas porque esas cosas dan cancer… bueno… y supongo alguna otra cosa no debimos haber comprado, porque ya ves lo que pasó… –termina mi abuelo riendo.

No estoy segura de poderme reír de este chiste, pero es su chiste, su primer chiste sobre tener cancer, así que me río. Y me sorprende que, aunque empieza con una risa falsa, termina en una carcajada honesta y fuerte. Mi abuelo, el Medico, siendo cruel como siempre, aun tratándose de su pendiente muerte.

Mire mi doc, no es por jodón; pero tengo 85 años y usted quiere abrirme, cortarme cachos, cerrarme, tal vez abrirme de nuevo, cortarme más cachos y luego inyectarme químicos por no-se-cuantos meses ¿Todo para qué? ¿Para que yo gane cuántos años? Tan sólo la anestesia de la primera operación podría matarme. No, mi doc, lo siento, yo si pinto raya. No me quiero morir, nadie quiere, pero con haber vivido hasta ahora, con que esta niña ya termine su carrera en el verano, yo ya hice lo que me tocaba. Prefiero morirme bailando que en una de sus camas.

Y de una ¨cura¨ no se habló más.

Ahora le tomo fotos. Mientras me regaña por no comer. Nuestra vida sigue. Los dos juntos como fue desde que mis padres decidieron no hacerse cargo de mí (uno dedicándose tiempo completo a su alcoholismo y la otra huyendo con su instructor de flamenco). Mi abuela había fallecido en su último parto, mucho años antes de que yo existiera, así que, de alguna manera, mi abuelo (aunque un poco frío, un poco cruel y de regalos raros) ya sabía cuidar niños.

Nunca me hizo falta algo. Mi abuelo se las arregló para darme una infancia lo más cercana a lo normal y a lo feliz. Conociendo sus límites de carácter, paciencia y ternura, me hizo estar en contacto con personas de almas más libres. Siempre estuve inscrita en clases de pintura y artes plásticas, los sábados por las tardes, un maestro homosexual y muy elegante me daba clases de piano, tome varios cursos de danza con instructoras amables y cariñosas (nunca en institutos estrictos de esos que te terminan haciendo anoréxica y miserable), estudié francés con hermosas y elegantes mujeres francesas, y aprendí italiano de una maravillosa viuda arribada de Nápoles. Tome cursos de creación literaria con, Ana, una chica recién graduada de su maestría; que amaba leer libros como nadie que yo alguna vez hubiera conocido. Para los temas serios, enfermeras amigas de él, llegaban a la casa a tener ¨charlas de mujeres¨ conmigo (podían llegar a ser incómodas, pero definitivamente eran informativas). Siempre estuve rodeada de amor, afecto y respeto (Gracias a mi abuelo).

Lo de terminar la carrera, en efecto, este es mi último semestre. Y si, creo que mi abuelo no se enfermó antes; porque no pensaba dejarme sin saber que yo había alcanzado cierta edad, cierta madurez y cierta independencia. Tengo planes de una maestría en Francia, podría ganar una beca; pero si no, me ha dejado suficiente dinero para pagarla y pagarme una pequeña vida de año y medio en París. Las cosas están arregladas, para él y para mí… y entonces, con la misma calma con la que ahora corta su pedazo de pollo, ha decidido que no es tan mala idea, por fin, morir.

Me dio más de lo suficiente y no le puedo reclamar que haya decidido no operarse. Yo, gracias a él, fui libre de vivir como quise y ahora debo dejarlo morir como quiere.

-¡Vamos niña, come! ¡Que esos ojos hermosos ya se te están poniendo ojerosos!
Dejo mi cámara sobre la mesa y empiezo a cortar mi pollo.
-¿Abuelo? ¿El domingo nos vamos a Bellas Artes? Ya inauguraron la de Botero.
-¿Será un domingo de ver gorditas entonces? Me gusta, me gusta…

Por decreto del abuelo: La vida en esta casa, hasta que deje de, continua.

Capaz

Dice que soy todo el ruido que quiere escuchar. Todo el silencio por el cual quiere ser devorado. Dice que soy un mar profundo, lleno de vid...