Llega el vacío y se lleva el estómago por unos segundos;
lo reconozco, me viene pasando desde los 16 años.
Llega y se lleva un pedazo, luego regresa.
Eventualmente.
Llega el vacío y me deja una carta llena de lágrimas.
La puedo abrir, puedo llorar.
Pero ya no lo hago. No ayuda en nada.
La carta, la escondo bajo la lengua
y solita desaparece.
Eventualmente.
Llega el vacío y estoy segura que nunca estaré completa
y estoy segura que, por estar segura que nunca estaré completa, debo llorar;
pero pasa, termina y, eventualmente, vuelvo a ser yo (toda yo).
Segundos después, en medio de la charla que continuaba sin mí, vuelvo a ser yo.