jueves, agosto 20, 2015

Max.

Un día llegué y no estaba.
Después de diez años casados, una década de lavar la ropa juntos, de dormir él a mi izquierda y yo a su derecha, un día llegué y ya no más.

Me dejó a uno de los perros. Nunca supe por qué uno y nunca supe por qué ese. Conociéndolo, puedo asumir que él lo tuvo claro, no era del que hace cosas sólo por hacer.

Acomodó mis zapatos antes de irse… tal vez aliviado por nunca más tenerlo que hacer… tal vez sólo porque en verdad odiaba verlos en algo que no fuera una línea. 

No se llevó más de lo que se debía llevar. Los libros fueron distribuidos con la más justa precisión. Se quedaron los que yo compré para mí, los que él me regaló y los que me servirían más en mi carrera. 

En el cajón de fotos pude encontrar a mi familia entera y dos pequeñas fotos de las que ya no serían mis sobrinas. En las paredes estaban los originales que yo había comprado y las fotos que yo había mandado revelar.


La separación fue tan perfecta que se sintió como si él nunca hubiera estado.
Con la mayor precisión, desde el jueves en el que lo conocí hasta el viernes en que me dejó, el tiempo había sido eliminado.
De un sólo golpe pasé de los 26 a los casi cuarentas, subí en grasa y me atiborré de arrugas;
Y con ese golpe de diez años no había perdido ni ganado más un perro y una línea de zapatos.

Por allá en un rincón.

La vida tan deseada del afuera.
Si tan sólo por un momento pudiéramos volver.
Pero llueve terrible.
Mares sucios embarran todo lo que tocan.

La vida tan perdida.
La vida tan inútil.
El momentico eterno que pasamos en un rincón.
Cubiertos por un patético techo.

Cuando andábamos

Mientas andábamos pensé que ambos mirábamos el cielo, buscando arcoíris, viendo las nubes con forma de cachorros.   Pero tú observabas mis p...