Mi escrito para Palabras Domingueras; tema: Némesis

Némesis (el dictador y la guerrillera)

Se asoma a mi cuarto, yo les estoy sirviendo té a un oso y dos conejos.
         ¡Mira lo que puedo hacer!
Hasta que dice esto noto que en una de sus manos tiene a Barbie; Barbie vestida de rosa. Con su otra mano jala la cabeza de mi amada hasta que cabeza y cuerpo dejan de ser uno.
La bolita, esa bolita del mismo color carne con la que termina el cuello de Barbie, me observa desde el marco de mi puerta. La cabeza con feliz expresión me sonríe desde su mano.
         ¡No te metas a mi cuarto!
Grita mientras me arroja el cadáver de mi muñeca.
Afuera las lágrimas y los gritos han tomado control de mi cuerpo. Adentro sólo logro pensar una cosa: Esto lo tiene que pagar .
No puedo correr hasta su cuarto y romperlo todo. Eso iniciaría una guerra total; él es más grande, más fuerte y, presiento, más rápido. Yo perdería. Decirle a mis padres no le traería un castigo justo. Debo esperar.
Así que lloro, lloro y trato de unir de nuevo a la hermosa chica. Es inútil; siempre es una faena inútil, lo sé pero aun así me esfuerzo, como buena madre, como buena niña.
Los G.I. Joes tienen las piernas unidas al torso por una liga. Esto lo sé porque alguna vez vi a mi padre arreglar uno. Lo que mi padre hizo fue colocar la liga en los dos ganchitos, el del torso, el de las piernas. Así que de nuevo el muñequito tomo su forma, aunque sus piernas se movían demasiado; mi padre tomó el torso, lo separó de nuevo de las piernas, estirando la liga, y le dio al torso un giro completo.
        Así la liga se retuerce un poco y las jala más
Me explicó
        … debes tener cuidado, si lo retuerces mucho la liga se puede romper.
¡Bingo!
Su cuarto está inmóvil, a lo lejos puedo escucharlo jugando futbol con sus amigos. He entrado aquí buscando un soldadito Cobra, no debo empezar por el favorito, si las cosan salen mal su furia no será terrible; mis mejores juguetes no correrán peligro.
Lo encuentro a un lado de su cama, cosita plástica que no tiene manera de pedir ayuda. Lo tomo con mis manos, hago un poco de fuerza e imito los movimientos de mi padre. La debo tensar, bien tensada, lo más tensadita que se pueda, no romperla; esta liga es mi venganza.
Cuando siento que la liga no puede más, vuelvo a acomodar las piernas en el torso, dejo al soldado en el suelo y salgo del cuarto. La adrenalina es como nunca la había conocido.
Horas más tarde entra a su habitación, yo espero en la mía; se pone a jugar, no pasa más de una hora cuando escucho su “¡Hay!” y luego viene el silencio que sólo generan los niños que se sienten culpables de algo. Él ha roto su juguete.
No llora, no me grita, no lastima mis posesiones, se queda en su cuarto en silencio. Dos días después, hará lo mismo porque  Snake ha muerto. En una semana, después del deceso del Flint y Duke, escucharé a mi madre explicarle “…debe ser el calor, seguro que eso es lo que hace que se rompan”.
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Así es como los días se pasaban en la infancia, el dominio de uno era luego territorio de batalla para otro; un dictador y una guerrillera durmiendo en camitas individuales, en cuartos adyacentes.