Cuando se nos acababa la charla nos quedábamos sobre el cofre del coche de su papá viendo las estrellas. Habíamos aprendido de muchas películas noventeras que era el lugar apropiado para simplemente estar.
A ella le gustaba encontrar estrellas fugaces y a mí buscar los satélites. Se la pasaba pidiendo deseos. Siempre pedía las mismas cosas. Que su vecino Johny la pelara, que el Lucky se enamorara de ella, tener un admirador secreto guapo que le dejara notas en su mesabanco.
A mí me gustaba ver cómo los satélites cruzaban en línea recta todo el cielo. Me los imaginaba como cortadores de diamante que intentaban dividir el universo.
Sus deseos no se le cumplían, Johny seguía enamorado de la otra vecina, el Lucky ni la notaba, y nadie se le declaraba.
Aún así, hablábamos hasta la noche y luego esperábamos atentas para pedir cosas.
Una vez me atreví a pedirle un deseo a un satélite. Le solicité en mis pensamientos: cosa en el cielo, antes de que cortes el universo, sácame de esta ciudad.