jueves, enero 07, 2010

Colecciono botones.

No es algo que hago conscientemente,
No es una meta, un propósito de algún año nuevo pasado,
simplemente los colecciono.
Pasa que sí me encuentro con un botón (o varios),
a un precio razonable, lo compro.
Pasa que sí un suéter o un abrigo trae botones extras, los guardo.
Y mi vida se va llenando, lentamente, de botones.
No son grandes, así que muchos pueden caber en frascos medianos,
en bolsitas que sobren o en cajas...
No hacen ruido, no exigen comida, no hablan mal de mí,
simplemente están; por sí alguna vez necesito de ellos.

Ayer, pensando en esto, me di cuenta que así como botones
también colecciono personas.
Están ahí, adormecidas en recipientes mentales,
personas del pasado que alguna vez me decidí a guardar.
El adolescente americano en el autobús brasileño.
El anciano con el bastón y la mochila. La mujer llorando en el restaurante.
Ella y sus manos diminutas. Él a los 18 años, él a los 27. Ale, frágil y enferma...
No es toda la persona, lo sé, un pedacito nada más.
Lo que un botón sería para una prenda, guardado en mi mente;
por sí, uno de estos días, me hace falta.

Sigo con mis semanas,
recogiendo botones y personas.
Resguardando a unos del polvo y
otros del olvido.
Pensando en prácticos usos para ellos;
que no se pasen todo el tiempo inutilizados.

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