La mejor manera de morir es: Acantilado en Europa. Caída libre de más de 20 metros al frío mar del norte. Que tu cuerpo nunca sea recuperado, que si llega a ser recuperado no sea reconocible. No debes tener tatuajes, no portar cartera, ropa nada especial (por favor, no lleves calzones marcados con tu nombre). No hagas amigos días antes de morir. Debe ser en Europa, que si alguien se toma el tiempo de hacer un sketch de cómo te veías en vida y publicarlo en algún diario, no haya ciudadano que te pueda reconocer.
Aun cuando alguien piensa en morir, debe pensar en los que se quedan vivos. Aun cuando estás seguro de no querer nada más con esta vida, debes regalarles la oportunidad a tus padres de mantener esperanzas; que puedan por siempre pensar que sigues caminando y sonriendo en algún otro lugar de este planeta. Que puedan decirse el uno al otro: “simplemente ha huido”, “estaba cansada de esta vida” o por lo menos, darles suficientes pretextos para pensar que si estás muerto no es algo que tú buscaste, un robo que salió mal, asesinato, un secuestro sin final feliz, lo que sea que los deje tranquilos. Si vas a matarte, no le arruines a otro la vida con una imagen grotesca.
Una escopeta. Una escopeta definitivamente no es la mejor manera de morir.
Calcetas blancas hasta las rodillas, 5 centímetros de piel y luego empezaba mi falta tableada de colegiala. Camiseta escolar blanca, un suéter azul (más grande de lo necesario); el viento fresco de abril, ese viento que siempre logré amar me rodeaba.
Veía Mtv News.
Kurt Cobain vivo y luego Cobain muerto. Mientras yo leía poemas en la clase de español, alguien encontraba un cuerpo sin vida.
¿Un cuerpo vestido? ¿Qué se puso para morir? Cachitos de una persona sobre las cosas que antes eran suyas ¿Quién limpia todo eso?
Y luego las escenas de adolescentes llorando, los comunicados de prensa, velas prendidas, flores.
Mis zapatos negros jugaban con el suelo. Mtv News me explicaba que lo que veía era importante, un día en el que todo cambiaba. Pero no era importante. No para mí.
Roquero de mierda, tuvo la delicia de terminarlo todo sin tener preocuparse demasiado por los detalles. Una noche y ¡BANG!
-Disculpe caballero, quiero comprar una escopeta.
-Sí, claro, señor Cobain, y ¿pagará con efectivo o con tarjeta?
-Con tarjeta, con tarjeta; gracias.
No hizo un gran plan para escapar…
Si uno tiene 11 años. Debe esperar.
y yo, tristemente debía esperar.
La vida no era lo mío; no era que llorara todas las noches, era más bien que no lloraba.
No me interesaba mucho el constante dormir, despertar, dormir, despertar. Me parecían idiotas las niñas en el televisor que gritaban no entender porqué Kurt lo había hecho. Lo hizo porque llevaba tiempo sabiendo que lo haría. Lo hizo porque los días no son para todos y muchos nacemos con las noches contadas. Y lo sabemos, sabemos que no importa lo que pase, no estamos hechos para durar.
…Pero escopeta no era la manera, nunca es la manera. Demasiadas terapias para quien te encuentra, mucho mover a los demás por una necesidad tan personal. Mucho ruido, testigos y prensa.
Europa. Europa a mis 18 años.
Llevaba ya por lo menos 6 meses hablando de querer estudiar diseño de modas, decir que deseaba con toda el alma conocer París. Debía ser algo que todos supieran de mí. No una incoherencia, que de la nada yo quisiera volar hasta otro punto del planeta.
Debía esperar, obvio a mis años no tenía manera de llegar tan lejos sin ser notada. Pero esperar, era simplemente esperar. Ni siquiera esperar me generaba una gran angustia, era molesto sí; pero cuando uno tiene un propósito, lo que necesite hacer para cumplirlo, vale la pena.
No podía irme a los 16, no como menor de edad, porque entonces tendría un tutor asignado, alguien que sonaría la alerta, alguien que me podría encontrar o un grupo de jóvenes “amigos” que podrían reconocer mi cuerpo. Tenía que esperar lo suficiente para no causar daño.
Escopeta nunca es la respuesta correcta. Yo lo sabía, lo tenía claro, había con tiempo y calma analizado todas las maneras de apurar la muerte. Pero, siendo justos, para Cobain ya no era importante la forma de hacerlo, el truco estaba vendido: Era famoso. En cualquier parte del mundo habría llamado la atención. No podía alejarse para morir; y entonces, qué mejor que quedarte cómodo en casa, para hacer algo que de cualquier manera terminaría siendo público y distorcionado.
Mi cabello, como siempre, despeinado y esponjado, los dientes atascados de frenos y ligas, la cara cubierta por lentes. A media pubertad y con mucha tarea de matemáticas; pero no importaba, nada importaba. Algún buen día, en un futuro tranquilo y lejano, el agua fría se opondría a mi cuerpo; ¡Splash! y yo, por fin, sentiría algo.
¡Splash! calma, calma, un fría y envolvente calma.
Han pasado varios años desde que alguien encontró el cuerpo de Cobain, y hoy, en un martes lleno de lluvia, una terminal en Charles De Gaulle me saluda. Lo he logrado.